Hace diez años que me fui de Santiago, y hace cuatro de Chile. Cada vez que vuelvo vivo un romance con Puente, que es donde vive mi abuela y donde llego primero, ese pueblo grande en el que todos se conocen con todos y del que si no tienes recuerdos de los potreros de antaño, ese mítico pasado previo a las casas que han construido por todos lados, eres lisa y llanamente un recién llegado.
El romance con una ciudad como Santiago deviene rápidamente en ahogo, una ciudad predecible.
El año pasado para el año nuevo pedí el deseo de tener un año tranquilo económicamente, y se cumplió. Olvidé pedir un espacio, hay que desear ambiciosamente un regalo abarcativo.
No seas tibio dios de los deseos de año nuevo.
Aprende a hacer trampa y a pedir, gusano.
Si tuviera un escritorio sería escritor. Como ni siquiera tengo casa me dedico a ser un vagabundo errante que escribe en servilletas y celulares
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