23/9/20
Hace unos días en una fiesta, un español muy liberal en lo económico y conservador en lo moral, con mucha testosterona y ganas de gritar, mugió a través de su verborrea a los sudamericanos que estábamos cerca: “es que ustedes fueron conquistados por nosotros”. Ya había sido suficiente caca escucharle decir con un curioso sentido de propiedad que si queríamos podíamos “intercambiar a sus mujeres por las nuestras”, y que le debemos a Europa no solo las instituciones sino también las herramientas para reformarlas. Como no quise interrumpir mi sensual serenidad educando monos sin perder la oportunidad de observar de cerca al enemigo, y como el desprecio chileno incendiario y la elegancia andaluza que coloreaba la fiesta omitía al erguido, chillón, macho y fanático valenciano, compartí un trago que no alcance a terminar antes de abandonar toda esperanza de síntesis, envuelto en las llamas que solo un amargo y encantador estupefaciente puede regalarle al cuerpo, esperando el impacto descolonizador colectivo de nuestro fuego sudaca personificado en un ecléctico amigo que provocó una especie de orgia que mantuvo perplejos y consternados a todos esos hijos iglesia, robándole un par de besos a ese gorila que no podía consigo luego de practicar un acto sexual que era incapaz de nombrar.
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